No sólo sus conversaciones, su calma, su visión de la sexualidad, la claridad en sus posicionamientos; su capacidad para decir que no sin enredarse en explicaciones, la habilidad para ponerte en tu sitio no eran propias de una joven de dieciocho años.
Estudiaba Medicina y se llamaba Elisa.
Mi primera novela, nunca publicada, se llamaba "Tres". Y ella era el vértice más destacado del triángulo.
Luego vinieron los amores, las confusiones, el despertar a la vida, la independencia, y en ese tránsito nos perdimos para no volvernos a ver.
Una tarde-noche dulce, veinte años después, conseguí su teléfono. Sabía que ejercía de médico en Ciudad Real, yo presentaba novela en Madrid y me apetecía invitarla. Hablamos un rato inmenso, e intenso, de canas, de amores, de malentendidos, de nuestras risas de entonces. Todo quedó en esa llamada.
Ahora, diez años más tarde, sé que está por ahí en algún lado, que lee lo que escribo y que algunos de mis textos le llegan al corazón. La vida le ha puesto zancadillas muy gordas que puedo adivinar.
Se llama Elisa, y no sé hasta qué punto quien me lee es ella o una persona que yo inventé.
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