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miércoles, mayo 12, 2021

Elisa

Tenía el pelo negro, lacio y muy largo, pecas infantiles y una nariz pequeña; los ojos muy oscuros, era de piernas largas. Le pondría incluso hoyuelos en las mejillas al reírse, lo que hacía con un sonido sordo, medio perruno. Nunca la vi en falda, ni enfadada, ni perdiendo los papeles.

No sólo sus conversaciones, su calma, su visión de la sexualidad, la claridad en sus posicionamientos; su capacidad para decir que no sin enredarse en explicaciones, la habilidad para ponerte en tu sitio no eran propias de una joven de dieciocho años.

Estudiaba Medicina y se llamaba Elisa.

Mi primera novela, nunca publicada, se llamaba "Tres". Y ella era el vértice más destacado del triángulo.

Luego vinieron los amores, las confusiones, el despertar a la vida, la independencia, y en ese tránsito nos perdimos para no volvernos a ver.

Una tarde-noche dulce, veinte años después, conseguí su teléfono. Sabía que ejercía de médico en Ciudad Real, yo presentaba novela en Madrid y me apetecía invitarla. Hablamos un rato inmenso, e intenso, de canas, de amores, de malentendidos, de nuestras risas de entonces. Todo quedó en esa llamada.

Ahora, diez años más tarde, sé que está por ahí en algún lado, que lee lo que escribo y que algunos de mis textos le llegan al corazón. La vida le ha puesto zancadillas muy gordas que puedo adivinar.

Se llama Elisa, y no sé hasta qué punto quien me lee es ella o una persona que yo inventé.

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