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miércoles, mayo 05, 2021

Adorno

Soy un fan del pragmatismo para todo lo que no toque al corazón.

Y para el corazón, también.

Me desesperan las reuniones de trabajo interminables en las que para solucionar un problema concreto damos una vuelta al sentido último de las cosas. Me descorazona compartir proyectos con quienes ven tantos inconvenientes en la solución A como en la B. Me fatiga soportar eternos discursos vacíos de aquéllos a quienes les encanta escucharse.

El tiempo es tan flexible como queramos hacerlo y no nos puede controlar. El problema es cuando nosotros nos adaptamos a él de forma que no dejamos hueco para lo imprevisto, sin admitir que los días no son sino un cúmulo de situaciones que no esperábamos enfrentar.

Si te dices, mañana por la tarde voy a comprarme unas gafas de sol, acabas regalando la tarde en exclusiva a esa compra. Si en cambio te planteas, a ver si mañana me da tiempo a comprarme unas gafas de sol, abres la tarde a un abanico de posibilidades.

No podemos hacer de cada tarea un mundo.

Estoy convencido de que una de las claves para que no me haya ido mal en la vida ha sido la de solucionar sobre la marcha lo que ha ido llegando, tanto a nivel laboral como personal.

Así los días se hacen más ricos, tienen más tonalidades, son más diferentes entre sí.

De no ser así, hubiera ido acumulando bajo la alfombra multitud de decisiones postergadas, entre las que se encontrarían oportunidades perdidas que ya son imposibles de recuperar de entre la pelusa.


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