Había un embudo de tráfico por unas obras en un cruce de varias calles en Shinjuku. En medio de la confluencia habían colocado a un robot, vestido de guardia de tráfico, que controlaba una gran diversidad de posibilidades para ir dando paso por uno u otro carril en función de la afluencia de coches.
Pablo y yo, animados por los cubatas bebidos, nos paramos a ver al muñeco trabajar. Tratábamos de adivinar cuál era la lógica, porque los movimientos automáticos cambiaban constantemente.
-Tiene que haber sensores por todos lados para que se comporte así -le comenté.
Lo teníamos a cinco metros y estaba caracterizado de forma magistral, con puros rasgos japoneses.
De pronto, se giró hacia nosotros y dimos un respingo. Levantó la mano para saludarnos con una sonrisa.
¡Era un hombre!
Nos entró un ataque de risa conforme nos alejamos de allí.
Yo, a día de hoy, no sé qué o quién nos saludó.
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