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viernes, abril 30, 2021

Justicia

Yo, de joven, fui más de moverme por lo legal que por lo justo, por lo que tiene que ser y no por lo que es lógico que sea. 

Muy suizo.

Con el tiempo he ido comprendiendo la fuerza de la mano izquierda y de que la regulación que ha hecho el hombre de las cosas, porque era necesario hacerla, sólo puede funcionar con excepciones.

Hace unos años me contaba un amigo que vive en Alemania hizo una fiesta en petit comité en su casa, entre otros con una vecina, que se divertía como la primera y bebía a morro lleno. A eso de las once ésta se fue a su apartamento y diez minutos más tarde llegaba la policía. Ella se asomó a la puerta:

-Es que a partir de las once no se puede hacer ruido -decía, subiendo los hombros, tras admitir haber puesto la denuncia.

No podemos siempre agarrarnos al 'así se tiene que hacer'.

Vivo en un tercero sin ascensor y, a veces, el cartero me suplica que baje a recoger paquetes certificados que llegan a mi nombre. Sé que es él quien tiene que subir, pero sé también que el hombre está mayor y pesa más de cien kilos. No me cuesta bajar.

Si puedo ayudar a mover tu mesa en el restaurante, a rellenar un formulario a quien no sabe, a cargar los pesos de quien no puede, tomo aire y lo hago.

Si en el trabajo sólo hiciésemos lo que estrictamente está establecido que deberíamos hacer, nuestras empresas quebrarían. 

El mundo está lleno de indignados por lo mal que hacen las cosas los demás, pero hace poco por ayudarles.

Cuando uno atraviesa la frontera de sus quehaceres buscando la complicidad del otro se establece una melodía divina de violines afinados.

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