Vivo en un bloque de apartamentos que se ha convertido en una comunidad triste, habitado por personas de la tercera edad cansadas de bregar con su día a día.
Las mañanas que teletrabajo en casa son un suplicio de gritos, quejas y broncas que no tienen que ver sino con la desesperación de personas con las facultades mentales y físicas muy deterioradas.
Apenas un piso con niños, chinos, ruidosos y divertidos que dan el toque de vitalidad que rompe con los malos rollos.
Ya a primera hora debo cerrar las ventanas interiores al patio para poder concentrarme en el trabajo.
Qué duro es llegar a la vejez, qué duro tanto mal humor.
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