Vergüenza ajena no solo por él, sino por pensar que la mitad de la población americana, un país del primer mundo, pueda creer sus frases sin sentido o empatizar con su causa, la de un hombre corrupto, vulgar, machista, chabacano, mentiroso, prepotente, extorsionador, filibustero, que puso a su propio país contra las cuerdas tras incitar a una muchedumbre a atacar su propio Congreso.
Si esto ocurre en Estados Unidos, qué no podemos esperar del resto de democracias del mundo.
El otro día leía a un filósofo decir que a una gran parte de la población le encantaría que todo se fuera al garete, eso sí, siempre que ellos no se vieran afectados.
Quieren que el mundo se vaya al infierno y verlo tranquilitos por la tele.
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