El crío estaba en la mesa de al lado, en un chiringuito en Conil, con la mirada puesta en su tablet, con un plato de arroz bajo su barbilla en el que, como un autómata, de vez en cuando metía el tenedor.
Nosotros nos debatíamos entre un calamar a la plancha o un arroz negro, cuando un camarero pasó con un bogavante gigante, vivo, en un plato, para enseñarlo a clientes que estaban unas mesas más atrás.
Al pasar junto al niño, los padres le pidieron que enseñara el animal a su hijo.
Se lo puso literalmente en la cara, el crío miró apenas una décima de segundo y siguió con su maquinita.
¿Dónde está el mundo real de esa criatura?
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