No porque la empresa, como tal, no me fuera a conceder los días que me correspondían por ley, sino porque aún por aquella época entre mis compañeros se hablaba de maricones, tipos que perdían aceite y barbaridades de ese tipo.
Yo me quería casar, no ser un héroe.
Afortunadamente la ley ha normalizado muchas cosas. Ya puedo pedir permiso si tengo que acompañar a Fran a una consulta médica, o estamos protegidos en caso de que al otro le ocurra algo.
Incluso hablo con normalidad, con determinados compañeros de trabajo, de mis fines de semana con mi marido en el Algarve.
Algo tan sencillo como hablar de tu cotidianidad sin que te ridiculicen con sonrisitas y chismorreos.
Yo hubiera sido una persona más brillante, más feliz y luminosa, si no me hubieran tenido encerrado durante media vida por leyes que no reconocían mis derechos a tener una vida normal, ni mamarrachos escupiendo por la boca comentarios degradantes para hacerse los graciosos.
Cada chiste me suponía un paso atrás.
Homofobia que no venía de tertulias de televisión o noticias en los periódicos, que también, sino de gente cercana que era importante para mí.
Todavía hoy hay gente que nos señala.
Todavía hoy hay quien no entiende que tengamos un día al año para celebrar el Orgullo de ser personas que luchan y lucharán por tener los mismos derechos y no ser, nunca más, discriminados ni insultados.
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