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martes, diciembre 07, 2021

Pesquis

Me gusta la gente con pesquis.

Ésa que se cosca de todo con tan solo echar una mirada. Los que te ven venir. Esas personas avispadas a las que no se les escapa una.

Yo vivo con un tío con pesquis.

Fran, cuando me ve, antes de que yo abra la boca, ya sabe cómo estoy, qué me preocupa y si tengo ganas de dar un paseo o de tirarme a ver una peli. Él sabe si he salido a la calle porque ve el abrigo donde no estaba, si he desayunado porque ve de reojo el fregadero, si he estado leyendo porque ve el cojín en la cabecera del sofá.

A mí, sin embargo, me pone un letrero tamaño camión con letras doradas el día de mi cumpleaños en medio del salón para desearme ¡felicidades! y yo me llevo dos horas andando por la casa sin verlo.

Hasta que pego un salto de alegría.

Hubo una época en la que, cuando me escapaba de vez en cuando de la fábrica para escapar del estrés, él siempre me descubría. 

-He visto que has venido a desayunar esta mañana -me decía, mientras almorzábamos.

-Sí. Tenía una ansiedad de caballo -le respondía yo.

Yo hacía que no me importaba, pero quería saber a toda costa cómo él lo sabía. Y él estaba deseando que yo le preguntara cuál era el truco. Yo dejaba todo impoluto. Cada cosa en su sitio. Ni una sola prueba que me delatase.

-Hoy has estado en casa también.

Hasta que un día descubrí su truco, cuando vi que cerraba la puerta con dos giros completos de llave. Yo no sabía que la cerradura diera tanto de sí. Desde entonces puedo salir y entrar, que el superpesquis no se cosca de nada.

O me lo hace creer.

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