Ahí se condensaría toda una vida coherente, sana, lúcida, rica.
En esas dos personas inventadas, y tan reales, están todas las asignaturas aprobadas, los besos dados, las confidencias recibidas, el amor entregado, los proyectos cumplidos, el mundo recorrido, la familia amada, lo que quise ser y lo que realmente fui.
Ellos, y nadie más, juzgarán cómo lo hice. A pocas personas como a ellas podré defraudar si me dejo ir, abandonado al fluir de un caminar sin rumbo.
Me debo a ellos, a ese chavalito que creía que no superaría esa montaña de ser diferente, a ese viejo que suspirará, satisfecho, porque habrá merecido la pena el largo paseo lleno de gente buena que tanto lo cuidaron, a las que tanto habrá querido y permanecerán, para siempre, entre sus mejores recuerdos.
Un viejo que pueda mirar a los ojos a cualquiera.
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