Sin trabajo no había dinero y sin dinero uno no podía vivir.
Yo crecí en una familia de clase media y nunca me faltó nada. Era, además, buen estudiante, por lo que el futuro se presentaba esperanzador.
A pesar de todo, siempre tuve la sensación de ser un intruso. Todo el mundo parecía tener claro qué hacer con su vida y yo no. Podría haber estudiado cualquier cosa, porque me encantaba aprender, pero sólo sabía lo que no quería ser.
Estudié ingeniería porque tenía buena salida, no por un especial entusiasmo. Tenía, además, amigos que también se matriculaban allí. ¿Por qué no?
Llevo casi treinta años ejerciendo de ingeniero, me gano bien la vida y aun así no hay día en que no me repita: 'soy un intruso'.
Con el paso de los años descubrí, muy poco a poco y a partir de escenas muy concretas, que sí sabía lo que quería hacer en la vida: contar historias. En ello me afano.
Sé que la vida me ha tratado bien, que soy un privilegiado, que nunca tuve cerca el riesgo de perder el empleo, que no lo debí hacer mal del todo.
Sin embargo, suena el despertador y me digo:
Soy un intruso.
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