Uno enciende mi lámpara de lectura, el otro la luz del techo y el tercero unos grandes focos que Fran instaló para cuando necesitamos ver de verdad.
No hay noche en la que, al dejar de leer, momento en el que suelo estar grogui, dude de cuál es el que apaga mi lamparilla.
Entonces empieza el festival de luces, porque nunca doy con el bueno a la primera, y termino por tirar el móvil, dejar caer el libro y despertar a Fran.
Es en ese momento, cada noche, cuando me duermo prometiéndome que estableceré una regla para nunca más olvidar cuál de los tres es el que debo pulsar. Tanto es así que los tres interruptores se me aparecen en sueños con los usos más inesperados, en ocasiones equivocarme implica activar la silla eléctrica de alguien que no me cae bien.
Lo cierto es que, con la luz del día, cuando me asalta la idea de cómo hacer para distinguir cada uno de ellos, me planto. No quiero.
Me parece tremendamente tierno reprocharme cada día el ser tan torpe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario