Tras una semana de trabajo en la ciudad brasileña de Curitiba, volaba a Chile para continuar mis tareas en una fábrica cercana a Santiago. Toda mi lucha con la agencia de viajes fue reprogramar el vuelo para evitar la noche y poder así sobrevolar los Andes en todo el esplendor bajo la luz del sol.
La experiencia fue sobrecogedora. Dejas las cumbres blancas tan cerca que hasta las azafatas se asoman a contemplar el espectáculo de los lagos turquesa en un infinito manto blanco que refleja una luz imposible de disfrutar sin pensar que la magia existe.
El descenso comienza apenas las nieves han dejado paso a inmensos bosques verdes. A punto de aterrizar, cuando ya teníamos cerca las casas cercanas al aeropuerto, el avión rugió y se reorientó hacia arriba en una maniobra de una brusquedad inesperada. Los gritos se hicieron histéricos.
—Les habla el comandante, hemos debido abortar el aterrizaje por la presencia de manadas de perros en las pistas.
Nunca supe si eso fue cierto, pero hay veces en que las verdades son tan imposibles de creer que más vale inventarse mentiras piadosas cuando las situaciones se vuelven críticas.
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