Ya la copa se rompió. ¿De qué sirve martirizarte con no haber dirigido bien el giro de tu brazo al recoger la mesa?
Yo no soy de darme latigazos innecesarios, la vida transcurre sin pausa en escenarios que no son corregibles. Vamos caminando y nos equivocamos, metemos la pata, descuidamos movimientos que se supone que controlamos.
Si la copa se rompe, tomemos la escoba y recojamos los cristales. No hay que paralizarse por movimientos torpes que hubiéramos sabido controlar.
Amemos nuestras equivocaciones, porque son nuestros defectos los que nos hacen humanos. Las copas se vuelven a comprar, aunque no sean las mismas, las manchas, más o menos, se limpian, los arañazos en el coche por un mal aparcamiento no son sino rayones.
Si tropezamos, soltemos una sonrisa. Somos un desastre, ¿y qué?
Me aburre la gente perfecta.
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