Que no hay que currarlo. Que cuando hay hipotecas, niños y amigos comunes ya todo se ha consolidado. Que basta con el beso de buenas noches y preguntar, de vez en cuando, si todo va bien.
Que basta con ser buena persona con el otro.
Que los silencios en la mesa de cenar no son destructivos, que la cara de cuerno constante se aguanta porque sí, porque toca. Porque te quieren, porque te lo mereces.
El amor como contrato.
Llega un día en que dices basta ya de fríos, quiero que me toques como entonces. Que me preguntes por mí y no por mi trabajo, ni por los niños, ni si necesito dinero o que te lleve a ningún lado.
Cuando el derrumbe empieza ya es complejo poner armazones que sostengan el edificio que se construyó con pilares fuertes, porque son estos los primeros que se carcomieron.
Muchos piensan en un futuro de cuidarse mutuamente, sin saber que no habrá quien le cuide cuando esos años lleguen.
No hay que esperar a dentro de un rato para decir qué guapo eres, cuánto te quiero, muero contigo, tenemos que volver a viajar a esos sitios donde fuimos tan felices.
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