O sobre los que mi opinión podría cambiar en función de mi estado de ánimo.
Debemos ser valientes para asumir que hay temas que no dominamos y no romper el silencio con teorías sobre aquello que desconocemos.
No sé si es bueno legalizar la droga o la prostitución, como mucho puedo hacerme preguntas honestas acerca de lo que supondría el que se hiciera. No sé si es conveniente que la industria se robotice cada vez más, porque lo que supone de logro, al eliminar tareas repetitivas o fatigosas, implica también disminución en los puestos de trabajo. Desconozco si es buena idea enfrentarse a China por no ser un estado democrático, porque el gigantesco país es tan poderoso que desestabilizarlo podría implicar traer el caos al planeta Tierra.
Quiero saber de mucho, pero sé que no llegaré a asimilar tantos conceptos como para ser una persona capaz de argumentar acerca de lo divino y de lo humano.
Admiro a quien tiene criterios claros, al tiempo que me asusta que sus argumentaciones no tengan bases lo suficientemente sólidas como para mantenerse en pie.
¿En manos de quién estamos?
Nuestro futuro debería estar supervisado por sabios buenos, que tengan los medios y la mesura para saber decidir, pero eso va contra las bases mismas de la democracia.
Dudar de todo es sano, aunque yo dude hasta de la duda en sí.
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