—Verás cómo nos pregunta si queremos que nos llame a la habitación para despertarnos.
Volvíamos tarde al hotel tras nuestro primer día en París. Fran había extraviado la llave de la habitación y teníamos que pedir un duplicado en recepción.
Llevo 25 años yendo al mismo hotel Meliá de los Grandes Boulevares y en todo este tiempo siempre me he encontrado en el turno de noche al mismo señor amable, altísimo, de rasgos árabes, al que cada vez que viajo temo no volver a encontrar porque tiene esa edad indefinida que parece siempre a punto de la jubilación.
Veníamos de cenar en un pequeñillo bar de vinos, donde pregunté por el chaval que me atendió con exquisita profesionalidad, de sonrisa sincera, las últimas veces que fui.
—Ya no vive en París.
Uno muere un poquito cada vez que no encuentra a las personas de siempre en los lugares que ama.
El recepcionista de noche del Meliá, sin embargo, sigue ahí. Todos estos días, al levantarme a horas intempestivas para ir a trabajar, me ha organizado el desayuno fuera de las horas oficiales. Un tipo encantador. Se preocupa por saber qué zumo tomo, cuántos croissants quiero, si está bien hecho el café.
—¿Podría hacernos un duplicado de la llave? —le pedimos, esa primera noche, al llegar.
El hotel ha sufrido varias reformas, por allí han pasado no sé cuántos directores, pero ahí sigue él, interesándose por el día a día de clientes que, como yo, tememos el día en el que, al llegar de noche, nos encontremos a un desconocido en su lugar.
Ya estaba llegando el ascensor cuando nos gritó.
—¡Señores!
Se acercó a la carrera.
—¿Quieren que les despierte mañana?
No hay comentarios:
Publicar un comentario