Ocurre que a menudo vienen a mi mente novelas que me ayudan a entender mi vida, porque cuando uno se hace lector no solo guarda recuerdos propios sino también los que otros inventaron para ti.
Leyendo la última novela de Millás recordé aquella deliciosa 'El desorden de tu nombre' que me transporta de inmediato a uno de esos trenes que tardaban ocho horas en llegar de Madrid a Sevilla, un compartimento estanco y un chavalito mexicano a quien destinaban a un centro de desintoxicación a Córdoba.
El 1984 de Orwell me lleva a tardes eternas tumbado en la arena leyendo con Mariló, en voz alta, cada uno un párrafo, cuando soñaba que el amor no tenía que ver con el sexo.
El psicoanalista de Katzenbach me hace viajar a la ciudad belga de Mons, en esos tiempos en los que viajaba solo por el mundo para explicar a mis compañeros cómo aplicar determinadas metodologías japonesas.
Un buen libro nunca se acaba al terminarlo.
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