En el trabajo paso más tiempo hablando inglés y francés que español, lo que no solo no me fastidia sino que me anima a estar en continuo proceso de aprendizaje.
Ocurre, sin embargo, que los que lo hablamos entre nosotros somos turcos, brasileños, rumanos o portugueses, por lo que las pronunciaciones son bastante alejadas de los estándares británicos o americanos.
De entre todos, somos los españoles los que peor nos manejamos con los sonidos y tiene mucho que ver, pienso, con el sentido del ridículo.
Recuerdo que, de muy pequeño, le regalamos un juego a Iván para aprender inglés. Salían animales y él debía repetía los nombres para que el vídeo avanzara. Estuvimos un rato esperando a que el niño, casi un bebé, se lanzara.
Hubo un momento en que un pájaro le llamó la atención y gritó, con entonación perfecta, ¡bird!
Nos reímos tanto al escucharlo que no volvió a abrir la boca para decir nada en inglés.
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