Tener la mollera cerrada a que el otro te pueda dar argumentos más sólidos que los tuyos es una de las razones que nos está llevando a este ambiente irrespirable de confrontación.
No puede darnos igual lo que diga quien no piensa como nosotros. Puede que, incluso, en muchas ocasiones, tenga razón.
Para alcanzar ese punto, hace falta silencio, paciencia y respeto.
Somos maestros en relatar nuestras heridas, pero torpes exploradores de las almas vecinas.
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