Tienen que ser ellos, o ellas, quienes me suelten que no pueden más, que esa persona con la que decidieron unir sus vidas no es, ni por asomo, aquella que un día le llenó el corazón.
Todos cambiamos. No hay duda. Todos tenemos derecho a flaquear, a no responder a las expectativas, a venirnos abajo, a no saber tirar del carro. Todos, sin excepción.
El problema es cuando te conviertes en un ser diferente a aquel que fuiste y pretendes que todo siga igual, sin importarte que aquella persona que se entregó a ti deba seguir enamorada de un desconocido.
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