Despertaba con placidez el domingo sin despertador y conseguía entrelazar imágenes de mis sueños, en los que corría, entre risas, por la orilla de la playa de mi infancia, perseguido por mis amigos. No me podían pillar.
Antes de abrir los ojos, viajé, ya consciente, a esos tiempos de sol y luz.
Sí, descubrí que había risas de dolerme la barriga que ya no aparecen en mi presente, como también había mucho miedo a ser desplazado por mi pandilla, a esa nariz tan grande que no paraba de crecer, a no saber qué estudiar, a perder a mi madre. Miedo al despertar sexual. Miedo al mundo.
No me cambio por ese chaval que fui. Ahora las risas son otras. Menos dependientes de los otros, más elaboradas por mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario