Un viaje larguísimo en coche.
Había tan poca visibilidad por determinados tramos de la carretera que apenas podía adelantar a los camiones.
El GPS iba retrasando la hora de llegada sin cesar, pretendiendo amargarme la tarde.
Lo que el GPS no sabía, tan moderno, es que la radio, más antigua que yo, le ganaba la partida por goleada.
Hay pocos placeres similares al de escucharla mientras atraviesas cientos de kilómetros de paisajes, por muy lluviosos que sean. Me introduje en conversaciones interesantísimas sobre el cambio climático, acerca de terapias genéticas y de técnicas de canto. Recorrí las selvas africanas mientras cruzaba Coimbra, conocí la vida de Henry Kissinger al tiempo que circulaba por la provincia de Badajoz.
Viajar, aunque sea conduciendo bajo el diluvio universal, nunca es un tiempo perdido.
Y menos aun con la radio como compañera.
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