Soy de poco recordar los daños, pero de bien retener el desdén hacia quien alguna vez me hizo un feo, a mí o a gente querida.
Tanta es mi desmemoria que hay días en los que trato de limpiar la imagen de alguno de los que pertenecen a mi santoral de benditos demonios. Apago luces, pongo musiquita y ejercito la gimnasia de buscar qué me hizo separarme de ese individuo.
La mayoría de las veces cuesta, aunque, eso sí, casi siempre aparece ese momento maldito en el que me di cuenta de que no lo quería a mi lado ni con un millar de rosas.
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