Fran, admirador de la obra de la artista, iba lento. Yo, sedado por la belleza, caminaba a mi bola, tan pendiente de lo que se exponía como de la gente que lo observaba.
Es precioso embobarse de ver a la gente embobada.
Había, eso sí, electrones libres, que me desquiciaban. Que hacían fotos a cada obra, a cada objeto, a cada letrero explicativo, quizás para llegar apurados a casa y ponerse a mirar lo que no supieron ver mientras los demás nos dejábamos llevar por la fantasía.
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