De los padres copiamos sin querer manías, que integramos como conductas naturales al haberlas observado desde siempre.
Mi padre, por ejemplo, era tremendamente vergonzoso. Para cambiarse de ropa cerraba todas las persianas, no fuera a ser que nos viera la vecina de enfrente. Yo aún sigo echando abajo los estores cada vez que me voy a vestir.
Había un anuncio de los años ochenta que le ponía especialmente nervioso, el que anunciaba unos caramelos de la marca Praims. Una mujer con los ojos muy grandes los masticaba y al final decía ¡Qué cosas tiene mi novio!
Nunca llegábamos a esa exclamación, porque ya mi padre se había levantado y cambiado de cadena.
A mí me pasa igual, pero con el de Flogoprofen. Veo aparecer el anuncio y ya me lanzo a por el mando para apagar la tele antes de que canten 'Flogoprofeeeeeen'.
Lo bueno es que muchas veces se me olvida volver a encenderla.
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