Me pongo en la piel de la persona a la que tengo que acudir y me planteo todas las posibles alternativas antes de solicitarla, sea para lo que sea.
Quizás sea un reflejo de cómo quisiera que me trataran a mí, pero no soy tan asocial. A mí me gusta que me enreden, que me pidan y propongan. Soy facilón.
Otra cosa es estar al otro lado de la barrera. Salvo para invitar a una cerveza o quedar para dar un paseo, me freno de forma no premeditada antes de descolgar el teléfono, porque no me gusta interrumpir, ni incordiar, ni forzar a la gente a posicionarse.
Tal vez sea miedo al rechazo. Y el miedo al rechazo venga de un ego mal gestionado.
En todo caso cada uno actúa según entiende que se siente más feliz.
Y a mí, qué le voy a hacer, me gusta no molestar.
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