Decidimos entonces hacer parada y comer allí.
Intentamos reservar por teléfono, pero los restaurantes mejor valorados estaban a tope. Conseguimos aparcar y nos acercamos a la zona que tenía más movimiento. Fuimos a uno de los lugares desde el que no nos respondían al teléfono.
—Perdone, ¿tienen sitio para dos?
La chica nos miró como si fuésemos extraterrestres.
—Es que sólo nos queda esa mesa de ahí —nos dijo, con cara de asco.
Fran y yo nos miramos. Miramos la mesa, que estaba allí, bien plantada, igualita que las otras, en medio de la sala. Volvimos a mirarnos.
—Gracias, nos vamos.
¿Qué tendría esa mesa infeliz? ¿Una maldición? ¿Se llenaba de humo de la cocina? ¿Le caería agua del aire acondicionado?
Qué importante es la actitud.
De habernos dicho 'pues tienen suerte de que aún queda esa mesa libre' es seguro que nos habríamos sentado allí del tirón y le habríamos quitado a la pobre todos los maleficios.
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