—Quiero hacer una fabada.
Se la había visto hacer a un amigo en su canal de Instagram y, viendo lo sencillo que parecía, me lancé a buscar los ingredientes.
—Yo voy a comprar un solomillo ibérico para cenar esta noche, que tenemos un tinto riquísimo en casa —se lanzó Fran, con esa habilidad que tiene para entusiasmar con sus propuestas.
Allí estábamos lo dos, en la carnicería del Carrefour, observando cómo una mujer nos preparaba el solomillo. Con un cuidado casi oriental fue quitando cada pitraco, loncheándolo bien para hacerlo a la plancha, aplastándolo, limpiándolo.
Fran y yo nos miramos.
—Dile algo —le propuse.
No lo dudó.
—Señora, da gusto ver con el cariño que hace su trabajo. ¡Vaya solomillo bien preparado!
La carnicera enrojeció hasta casi perder el pie.
—Me habéis alegrado la mañana —nos confesó.
Luego, camino de Portugal, escribimos un email al director del centro comercial para alabar la profesionalidad de esa mujer, que tenía impecable su territorio.
Antes de cenar recibimos su respuesta. un 'muchas gracias' en mayúsculas y el compromiso de felicitar a la carnicera.
¡No he comido un solomillo más rico en mi vida!
A veces, muchísimas, es muy fácil hacer feliz. Y cuando lo consigues, sales ganando tú.
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