Cada uno iba eligiendo su restaurante preferido para invitar a una cena a los otros dos. Así íbamos mostrando a mi padre lugares nuevos en sitios de Sevilla que él no visitaba y nosotros descubríamos su pasado a través de los restaurantes donde él fue más feliz.
Presumido como era, se vestía de punta en blanco y nos esperaba a la puerta del local elegido cuando era su turno. Jamaica, Cambados, Huracán. Eran noches en que se mostraba pletórico, bromeaba con los camareros, nos hablaba de la Sevilla de la época, de su historia con mi madre, de los amigos que ya no estaban.
Por mis viajes, por despistes, por enfermedades tuvimos que anular más de una cena.
Hoy daría cualquier cosa por recibir una llamada suya para fijar hora y sitio.
-No lleguéis tarde -nos diría.
Si ese imposible ocurriese, aunque fuese en sueños, no existiría contratiempo imaginable que nos evitase llegar allí donde nos dijesa para verlo de nuevo bien maqueado, con sus pantalones bien planchados y su polo de Burberry's, atento a recomendarnos las especialidades de la casa.
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