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domingo, agosto 22, 2021

No tocar

No les des la mano ni las mires a los ojos me aconsejó Hammid―. No las debes tocar.

Cuando tuve que ir por trabajo a Irán, poco antes de la pandemia, lo hice con los ojos muy abiertos. Quería saber de primera mano cómo era aquella sociedad y tenía una semana para descubrirlo.

Tuve dos grandes cómplices en esa corta aventura: el guía que encontré por Instagram y la ingeniera con la que tenía que tratar las cuestiones técnicas que estaban en el origen de mi misión.

Hammid, el guía, resultó ser un fiel defensor de la ley islámica. Con un trato excelente hacia mí, me enseñó Teherán con su mirada. Hablaba con devoción de los ayatolah, criticaba la agresividad de Estados Unidos, me llevaba a mezquitas para mostrarme el rito chií y defendía el modo de vida obligatorio.

Es nuestra ley, Salvador.

Nada más aterrizar, ya comprendí que el uso del velo por parte de la mujer no era opcional. En una semana no vi una sola que no lo llevara.

Yo no puedo más me decía la ingeniera a la hora de comer. Quieren disfrazar de democracia una dictadura religiosa. No hay partidos políticos agnósticos, Salvador. Aquí todo lo domina la religión.

Lo hablábamos con mucho cuidado, en inglés y en voz baja, porque sus compañeros comían en la misma mesa. Hacíamos por poner dos franceses de barrera para poder charlar con cierta tranquilidad.

Poco después, Donald Trump volvió a aplicar el embargo, mi empresa se tuvo que ir de allí y ella se quedó sin empleo. Una tarde recibí un mensaje suyo.

Salvador, necesito que me ayudes a salir de aquí. Al menos a alguien de mi equipo.

A pesar de que lo intenté, no conseguí nada, pero sí sé que ella consiguió escapar a Rusia con la familia. Me envió una foto desde allí, sonriente y con el pelo al viento.

En estos días me desayuno con el drama de Afganistán y pienso en ella. En tantas mujeres con el futuro roto. En cómo sus propios hijos, sus padres, sus hermanos se convierten, sin pudor, en sus propios carceleros. 

Demencial.

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