El mundo se ve con más nitidez cuando viajas solo.
Cuando recorres paisajes sin nadie a tu lado te sientes transparente, como si te hubieran cogido con la pinza del Google Maps y te hubieran colocado como un muñequillo en una calle desconocida. Allí te quedas plantado, con tu cámara a cuestas, observando cómo deambulan los demás, que sí se sienten protagonistas de su propia historia.
Te conviertes en un intruso consentido que no ocupa espacio y que observa cada detalle con ojos frescos. En esos momentos no eres de ningún lado, porque no hablas y tu acento no te delata, porque no te preguntan y no tienes nada que contar. Eres el espía perfecto de ese paisaje que has decidido conquistar.
Cuando vas acompañado no todos tus sentidos están puestos en lo que es ajeno a ti y se te escapan cosas. Eres un protagonista más, que interactúa, se ríe y charla.
Yo quiero siempre viajar en buena compañía, pero cuando estoy solo me llevo la mar de bien con el turista curioso que hay en mí.
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