Hay noches en que me despierto, de golpe, con la almohada agarrada, estrujada, con el puño de la mano.
Como si me la fueran a robar.
Especialista en controlar mis sueños, ese gesto de fuerza, de tensión, me confunde. Como si la placidez con la que suelo pasar las noches fuese de mentira y mi cuerpo librase batallas contra monstruos que andan dentro de mí.
Hay días en que me levanto con la espalda cogida, tal como si me hubiesen retorcido la columna.
¿Qué vidas paralelas llevan nuestros cuerpos? ¿se dedican a desfogar tensiones mientras andamos despistados en sueños engañosos?
Yo le pregunto a Fran:
—¿Me ves dormir bien?
—Como un angelito.
Sé que es así, que duermo con un abandono infantil, hasta que llega la noche en que un ruido me despierta, tal vez provocado por mi otro yo, y me encuentro agarrado a la almohada, clavando los dedos, como si mi vida dependiese de ello. Siento, en ese instante, una punzada de terror.
Por eso, quizás, voy desde hace años al osteópata una vez al mes. Me encuentre bien o mal, para poner así en sintonía el cuerpo con el alma.
¿Cuánto conozco del hombre que hay en mí?
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