Un día una gran amiga me escribió:
―Necesito verte, Salva.
Por mi cabeza pasaron mil posibilidades, todas muy fuertes, pero no esperaba en ningún caso el motivo de ese encuentro.
―Mi hijo adolescente me ha dicho que es gay y he sentido pánico.
Justo pensó en mí al conocer la noticia y, me dijo, eso le tranquilizó, pues aunque ella había conocido de mi boca todo mi recorrido, duro, hasta salir del armario, veía dónde había conseguido llegar, en qué persona pude convertirme cuando terminé de derrotar todos los monstruos.
―Ahora los tiempos son otros ―le dije―. Todo lo que necesita es vuestro amor.
Ese chaval es hoy un chico feliz. Con veintipocos años estudia su carrera universitaria, tiene un joven amor adorable a su lado y una familia que lo quiere.
Ayer, recién llegado a Galicia, su madre me escribió, para decirme lo mucho que ella nos quiere y el pánico que aún siente de pensar que la vida pueda complicársele a su hijo.
"A veces siento complejo de culpa de saberme parte de esa realidad falsa que tuviste que vivir. Me avergüenza".
Ya todo pasó.
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