A Fran le interesa tan poco el fútbol que me hace preguntas del tipo.
—¿Hoy juega el España?
—¿El España?
—El equipo de España, ¿no? O ¿cómo se dice?
Así que mi pasión futbolera tengo que guardarla en el armario de mi propia casa, una pasión que me inoculó alguien a quien tampoco le gustaba ese deporte, mi madre. Yo era el primer nieto varón y mi familia materna, bética, me sacó el carnet, incluso antes de que me bautizaran, para evitar que mi familia paterna, sevillista, me llevara a su terreno.
De hecho, cuando me presentan a alguien y me entero de que es del Sevilla, esa persona pasa a ser directamente más fea y antipática a mis ojos.
Renunciar al Betis sería como renunciar a la memoria de mi madre, así que desde que tengo uso de razón sigo cada partido de mi equipo como si me fuera la vida en ello. No hay jornada de fútbol en la que no esté pendiente, a escondidas, del resultado. Cuando Fran me descubre siempre me dice.
—¡Cateto!
Yo me río y sigo a lo mío, sin delatarme, aunque hay noches que salimos a cenar y yo coloco discretamente el móvil cerca para ir viendo de vez en cuando cómo va la cosa. Aprovecho si él va al baño, o se distrae con alguien, para mirar. Hay veces que me pilla y me sonríe.
—¿Hoy también hay Betis?
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