Hay un cinco por ciento de impresentables en este mundo.
Es mi teoría.
Cuando tuve un equipo de trabajo de 60 personas, eran tres los que siempre daban por saco; en pandillas de quince o veinte amigos, estaba el mamarracho que malmetía entre todos; si me invitan a un club de lectura, aparecen uno o dos que van allí a reventar la fiesta.
Son muy pocos, pero hacen un ruido muy desagradable, que se te mete en la cabeza y no te deja disfrutar de la gente válida que tienes alrededor.
Yo a todo trato de sacarle punta y pienso, a veces, que son útiles para crecer uno como persona, porque esta gente insufrible puede sacar lo peor de ti, sí, pero también te está retando a que rebusques tus mejores armas para conseguir sortear la amargura que desprenden con la estrategia más elegante de todas, cuando de luchar se trata. Hacer que no existan. Borrarlos del mapa sin que ellos se den cuenta de que conseguiste apagar su ruido sin despreciarlos. Mirar hacia ellos y no verlos. Escucharlos maldecir y sacar media sonrisa.
Se vuelven pequeñitos y pierden sus estúpidos poderes.
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