-Ay, Salva, termina las frases... -me decía Montse.
Era cierto, tenía y tengo tendencia a dejar expresiones inacabadas y no sé de dónde vendrá ese mal hábito. Tal vez porque doy por supuesto en quien me escucha que ya sabe lo que voy a decir, o quizás sea que con ese toque dado que tengo, y me hace vivir en la luna de Valencia, se me quedan danzando las palabras por la cabeza.
Intenté corregirlo, empecé a detectarlo, me esforcé en rematar las frases, hasta que algún que otro día me escucho a mí mismo:
-Sí, siempre me ha gustado mucho que...
Me quedo bloqueado y se me aparece el ángel de Montse, la que habita en mi interior, para darme dos coscorrones en la cabeza.
-¡Salva, otra vez!
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