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martes, junio 01, 2021

Puerto Real

Puerto Real, a mí, me lo mostró una salmantina a quien nunca conocí personalmente.

Le pedí el Opel Kadett a mi padre en una época en que no existían GPS y enfilé la autopista de Cádiz con un plano fotocopiado de la ciudad en el bolsillo. Mi objetivo era la calle Amargura.

Poco importaba cómo fuera la calle, sino encontrarme con ese lugar donde una psicóloga se refugió para vivir la vida que eligió, lejos de normas establecidas. 

Paseé un Puerto Real que olía al fango de las mareas bajas esa tarde ventosa de invierno, hasta que llegué a ese café desde el que esa mujer se escribía cartas con una amiga madrileña que apostó por otro futuro más conservador cuando ambas eran jóvenes universitarias.

El riesgo se escribía con la certeza. La aventura frente a la calma. ¿Dónde estaba la verdad?

Respiré el aire limpio de la Bahía de Cádiz en ese viaje interior en el que traté de atravesar el muro incierto de la ficción.

Carmen Martín Gaite había escrito una novela redonda, 'Nubosidad variable', y yo acudí a Puerto Real para homenajearla, para pasearme esa ciudad obrera que seguramente ella disfrutase tiempo atrás para componer la historia de amistad entre dos mujeres que eligieron dos caminos diferentes, sin perder nunca el hilo que las conectaba, para así poder imaginar qué habría podido ser de ellas de haber escogido la puerta de enfrente. Quizás cada una, con gran parte de su vida atrás, pensaran que fue la otra quien acertó.

Nadie acierta nunca del todo. Nadie fracasa del todo.

Me gusta soñar que, a veces, podemos atravesar el espejo.

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