—¡Ya tenemos una sábana de 300 hilos!
Lo decía con tanta ilusión que me planteé qué había sido de nosotros antes de ese momento, asombrado de no habernos hecho antes con una sábana así.
Entonces él me explicó que eran telas con mucha más densidad, que provocaban un efecto sedoso y que con ellas dormiríamos en la gloria.
Yo soy pura sugestión, así que esa noche de estreno con la sábana recién comprada fue una auténtica fiesta para los sentidos. El tacto con la piel era suavísimo. Y, de no haberlo sido, mi mente lo habría provocado.
De vez en cuando me acuerdo, y le pregunto qué sábana tenemos puesta.
—La de 300 hilos.
En ese momento ya sólo quiero dormir a su lado.
(Y si tuviese menos hilos, también)
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