Mi elección profesional vino determinada por mis notas. Un chaval con esas calificaciones no podía sino estudiar una ingeniería. Yo, que estaba como un trapo en esos años en que se decide el futuro, con mi homosexualidad escondida y mi madre gravemente enferma, opté por lo que se esperaba de mí. Quizás por lo que yo mismo también esperaba de mí.
Presumir de que eres ingeniero es una forma absurda de fardar, pero decirlo cuando no es tu vocación es una simple definición de tu oficio.
Siempre he tenido la sensación de nadar contra corriente, tanto en mi vida personal como laboral, y eso te proporciona una musculatura emocional a prueba de bombas.
Así que llevo media vida supliendo mi falta de vocación con grandes dosis de interpretación y buena voluntad. Tengo los conocimientos, sé trabajar en equipo y observo cómo funciona la industria del automóvil. Lo tengo todo para triunfar. Al menos, para hacerlo bien.
Trabajar para Renault es un orgullo. Me ha permitido, y me sigue permitiendo, llevar una vida más que digna; me ha hecho conocer mundo; me ha demostrado que sé desenvolverme en situaciones de alta tensión. He sabido sacar adelante proyectos usando el estandarte de la motivación, porque aprendí a ver mi trabajo como un juego.
Mi verdadero oficio es escribir, pero tengo un rombo en mi corazón.
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