Pude intuir que se trataba un reencuentro tras mucho tiempo, había nervios. Algunos de ellos acababan de llegar desde Barcelona. En un extremo de la mesa una mujer de mediana edad, muy delgada, tomaba la mano a su hijo adolescente, grandote, el más excitado de todos.
Pronto comprendí que ese chaval tenía alguna minusvalía mental. Su madre le explicaba quién era cada cuál en la mesa, él se levantó, muy alterado. Quería irse.
La madre se levantó, lo abrazó, apoyó su mejilla contra la de su hijo y le acarició la nuca. No sé qué le diría para calmarlo, pero lo hizo.
Su niño no vio que yo vi las lágrimas emocionadas de su madre. Por fin se sentaron. Ella sonrió al resto y dio un sorbo a su cerveza, al tiempo que yo se la daba, emocionado, a la mía.
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