Malmeter es un verbo atropellado, que suena tan mal como lo que representa.
Aunque siempre ha existido, vivimos en tiempos en que el anonimato de Internet facilita que muchos se pongan la máscara para, envalentonados por su cobardía, azucen a los demás a partir de relatos inventados.
¿Qué demonio habitará en la gente que se parapeta tras su ordenador para incendiar las redes?
Escupen sacos y culebras, falsifican vídeos, deforman informaciones, inventan realidades paralelas para acusar al inmigrante, a la mujer, al negro, al científico, al periodista. Todo vale.
Son pirómanos que se recrean en su maldad viendo arder el bosque y se ufanan para sus adentros de guardar el mechero en su cajón.
Desde siempre el hombre ha debido convivir con la maldad, a la que ha tenido que acorralar legislando límites asumibles entre el bien y el mal. Las hienas, sin embargo, van buscando recovecos por dónde meterse, con el corazón acelerado, para ver dónde es posible hacer daño, quién está desprotegido, de quién se van a reír esta vez.
Destrozan la palabra libertad.
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