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miércoles, junio 02, 2021

Rey

Eran otros tiempos.

Mi padre había alquilado un apartamento, en nuestra playa de siempre, el verano siguiente a la muerte de mi madre. Mis hermanas ya hacían vida independiente, así que allí compartimos esos meses los tres hombres de la casa, aunque entre semana mi padre se fuese a trabajar a Sevilla y sólo estuviésemos mi hermano David y yo.

Yo, con 19 años, estudiaba las dos asignaturas que había suspendido en mi primer año en la universidad. Mi hermano, con 16, estaba todo el día en la playa con su pandilla.

Una noche, mientras veía la tele tirado en el sofá, llamó un amigo de mi hermano a la puerta.

Los tienen en el cuartelillo.

De puro gamberreo, los chavales habían roto unos cristales en una obra abandonada y pedían que algún adulto fuera a recogerlos. Allí me presenté yo, sin querer llamar a mi padre ni asustarme yo mismo.

Tras reñir a mi hermano y pedir explicaciones por la forma en que les hablaban, uno de los policías se me encaró como si yo fuera un delincuente. Cuando me di cuenta se había abalanzado sobre mí y me había roto la camiseta.

David, con todo el amor fraterno, apartó a ese hombre con furia con una fuerza que no sé de dónde sacó.

¡A mi hermano no lo toca ni el Rey!

Nunca nadie me defendió mejor.

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