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domingo, junio 06, 2021

Mujer

Recuerdo el sitio exacto y la sonrisa que me deslumbró.

Estudiaba COU, tenía las hormonas revolucionadas, un panorama complicado en casa con mi madre débil, una sexualidad diferente y un futuro por construir. Un cacao monumental en la cabeza de un chaval tímido y delgaducho.

Fue ese día el que hablé con Montse Manzano a la salida de clase. 

No sé de qué hablamos, sólo sé que ella me sonrió con esos hoyuelos que se formaban en las mejillas, que me miró con sus grandes ojos descarados y que el mundo se paró.

De golpe, había descubierto toda la fuerza de lo que significaba una mujer. En mayúsculas. 

Andaba tan aturdido con mis miedos que las chicas eran para mí una suerte de enemigas, porque en esa época tenía la sensación de que todo lo dominaba el sexo, de que yo debía corresponder y en el maremagnum de esas contradicciones yo huía de las adolescentes de mi edad.

Pero, de pronto, Montse me soltó una sonrisa sin más intención que sonreírme y yo me derrumbé ante la potencia de lo que representó, a partir de ese instante, la palabra mujer. 

Comprendí que no podía ser enemiga, sino cómplice.

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