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sábado, abril 29, 2023

Desorden

Bajaba en tren hacia Sevilla, cuando aún no existía el AVE.

Tenía 20 años, había recorrido media Europa con mi amigo Francis, que se quedó en Madrid, y regresaba a casa con los pulmones llenos de la alegría que da conocer el mundo.

Estaba absorto en una novela hermosa de Millás, 'El desorden de tu nombre'.

—¿Qué lees? —Me preguntó un chico mayor que yo, de acento mexicano.

Le pasé el libro y, entusiasmado, le expliqué de qué iba, mientras me escuchaba con los cinco sentidos.

Él, sentado frente a mí, me explicó entonces que viajaba asustado. Su familia, bien situada, lo había enviado desde México a un retiro en una finca de Córdoba, para desengancharse de las drogas. A mí esa historia me marcó en carne viva. 

¡Qué historias se aprendían viajando!

Me enseñó unos botecitos de plástico con un líquido transparente, que tomaba para soportar el síndrome de abstinencia. ¡Estaba tan solo!

Yo quise irme con él. Dejar mi vida de estudiante a un lado e irme con él. A desengancharme también de drogas que no tomaba.

Le regalé mi novela sin terminar, donde le dejé unas palabras, mi dirección y el teléfono de casa de mis padres. Me temblaba la mano al escribir.

—Si necesitas cualquier cosa, llámame.

Nos despedimos con un abrazo desgarrador en la estación de Córdoba.

Yo, un pipiolo de 20 años, metido en mi coraza, sentí la fuerza del enamoramiento por primera vez.

¿Llamaría alguna vez a casa de mis padres?

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