No lo hago por morbo ni por recrearme en el drama, sino por pura limpieza emocional.
Es un momento de instrospección, cuando aún no ha amanecido, en el que me pongo en la piel de esos chavales aterrorizados por la suerte que les ha tocado vivir. De uno y otro lado. Ucranianos y rusos son víctimas del más detestable de los impulsos humanos, la guerra.
Mientras un sátrapa duerme en colchones mullidos, sin saber cómo salir del atolladero en el que ha metido a su país, hombres que no se conocen, ni se odian, matan por no ser muertos.
Cuántos cientos de miles de vidas destrozadas por el capricho de un viejo demonio que no tendrá perdón jamás.
No puede haber olvido.
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