Iba con prisa. No sé qué tenía qué hacer, pero se retrasaban al traerme la cuenta y quería pagar rápido.
Entonces me di cuenta de que el camarero tenía algún tipo de discapacidad. Desmontaba la mesa de al lado con cierta dificultad, lo que le obligaba a dar varios viajes para terminar de recogerla, limpiarla y volver a vestirla.
De pronto se me fueron los agobios. No había nada tan importante que no pudiese esperar unos minutos. Me asomé a la ventana del bar y respiré hondo, entregado al placer de ver a los peatones caminar. Apenas quedaba gente en el local, por lo que ese chaval no tardaría en venir, como así fue.
―¿Qué tal estaba todo? ―Me preguntó.
―Riquísimo ―Saqué mi cartera, pagué y le sonreí.
Algo estaremos haciendo bien.
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