Entonces, en esas contadísimas ocasiones, yo les digo.
—Os quiero.
Y los dejo planchados. Les hago partícipes de alguna anécdota del pasado en común para confirmarles el aprecio que les tengo, a ellos, a sus equipos, a sus fábricas.
—Estoy de vuestro lado —les insisto, porque, además, es verdad.
Es ahí cuando las aguas vuelven a su cauce, empezamos a escucharnos de nuevo con respeto y tratamos de llegar a una solución.
No hay un solo objetivo empresarial que merezca que se pierdan los modales.
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