Es un coscón.
Yo, que tardo en coger el sueño algo más, me esmero en hacer círculos con mi dedo gordo en la planta de sus pies. Esos momentos en los que voy perdiendo poco a poco la conciencia, que tan útiles son para un escritor, cuando descubro por qué esa escena aún no estaba redonda.
En cuanto cae rendido, Fran se convierte en un conejillo que da patadas hacia todos lados. A mí, hay veces que me despierta, otras no me doy cuenta y sigo a lo mío.
Con el masajillo del dedo gordo.
Entonces veo a Fran de frente y me pregunto, ¿a qué pie es al que le estoy haciendo cosquillas?
Resulta que es el mío, que en mi modorra nocturna comienzo a acariciarme a mí mismo. Mi pie derecho empieza un romance con el izquierdo, que se hace pasar por el de Fran, y no sé cuál de los dos pies disfruta más.
Qué gustazo es tener un rato para cuidar de nosotros mismos, aunque sea sin saberlo.
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