Combinando la abundancia o escasez de cada una de ellas en volúmenes precisos, con el cuidado de un alquimista, llego a hablar de todo.
Las grandezas y miserias del hombre, el pasado, el presente y el futuro y la proporción determinada de emoción. Así de simple.
Hay días en los que mi mente se queda ausente, relajada, perezosa y entonces pongo a girar la ruleta de los tres elementos. Me voy al pasado, me acuerdo de alguien y activo mis sentimientos hacia esa persona, lo que me permite regalarme un relato acerca de la traición que sufrí, el beso que me dieron o la belleza de la infancia asomado a la cocina de mi abuela. Otras veces giro las manecillas del reloj hacia el futuro, reúno a una sociedad imaginada y la pongo en la tesitura de elegir ante un conflicto esencial, ¿qué harían si se les apareciera...? Empiezo entonces a divagar, con el gustillo que da construir teorías sobre lo que seremos.
Hay momentos tontos, en cambio, en los que paro el reloj en el presente, me miro a mí mismo y me pregunto qué hago yo escribiéndote a ti.
¿Será que busco mi dosis diaria de tu amor?
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